Un día mi madre cayó por las escaleras y se lastimó la mano y el brazo. Mi padre le dijo que fuera al hospital a hacerse unas radiografías para ver si había alguna fractura. Como de costumbre, por temor a que le dieran algún medicamento, mi madre se negó a ir. El brazo y la mano, obviamente, se hincharon y se pusieron negros. Ella vendó todo y, al no poder sostener el brazo colgado porque le dolía, se ató un pañuelo alrededor del cuello para mantenerlo doblado.
En esos días vino a visitarnos un primo de mi padre, que era médico de profesión. Él también conocía el testimonio de mi madre, pero le dijo: “Commare [señora, en sentido amistoso] María, ¿qué te ha pasado en el brazo?” Mi madre le respondió: “Me caí por las escaleras y las rodé todas. Gracias a Dios, sin embargo, no me pasó nada grave.” El doctor le preguntó: “¿Quién te puso esa férula y esa venda?” Y ella respondió: “Oré al Señor y sentí que debía hacerlo así. Estoy segura de que Él me ayudó, pero en cualquier caso, que se haga Su voluntad.” El doctor le miró la mano, que estaba toda negra e hinchada, y le dijo: “Te recomiendo que vayas al hospital y te atiendan, de lo contrario, existe el riesgo de que te amputen la mano.”
Mi madre respondió: “El Señor puede arreglar incluso los huesos. Si Su voluntad es que yo muera, para mí está bien, porque me iré con Él.” El médico, desconcertado y quizás un poco molesto, dijo: “Haz lo que quieras,” y se fue.
Después de un tiempo, ese primo de mi padre volvió a casa para visitarla y dijo: “Commare María, ¿cómo va la mano?” Y ella, en tono bromista, respondió: “¡Realmente, no la puedo mover!” Y él: “¿No te dije que debías hacerte tratar? ¡Esperemos que no te cause más problemas ahora!”
Sin embargo, mi madre todavía podía mover el brazo, por lo que dijo: “Mira cuán grande es el Señor. Este brazo lo siento más fuerte que el otro, ¡aunque se ve dónde está roto!” Al doctor no le quedó más que constatar la curación del brazo y admitir que Dios es verdaderamente grande. También en esta circunstancia, mi madre proclamó el mensaje de salvación en Jesús, diciendo: “Si le das tu corazón al Señor y le confiesas tus pecados, ¡estas cosas también las puede hacer por ti!” La madre de ese médico se convirtió al Señor, se bautizó y ahora está con Él en el cielo. Después de ese testimonio de mi madre, también se convirtieron la tía del médico y su esposo (para quienes los conocen, son el hermano Quarato y su esposa).
¡Cuántas grandes obras ha hecho el Señor en todos estos años y cuántas personas han entregado su corazón a Él! Mi madre no tenía habilidades particulares, pero era un simple instrumento que se dejaba usar por el Gran Maestro y Señor. Ella amaba al Señor con todo su corazón y quería hablar del amor de Dios a cualquiera que se cruzara en su camino.
¡Gloria a Dios!