Durante el transcurso de su vida, mi madre se enfermó muchas veces: quiero contar también esto, para dar gloria a Dios por todas las veces en que sanó a mi madre, quien había prometido hacer de Él su Doctor y su medicina.
Ella tenía mucha fe en el pacto que había hecho con el Señor el día de la curación de Gino.
Una mañana de domingo, después del culto que se celebraba en nuestra casa, mi madre se sintió mal, comenzó a vomitar, y así tomamos un balde. Yo tenía once años. Mi madre llenó esa cubeta de sangre. Papá llamó rápidamente al médico de la familia, que ya conocía todo el testimonio de mi madre. Le ordenó que se acostara, que no se expusiera al frío y que al día siguiente, sin falta, se hiciera unas radiografías del pecho y el hombro porque a él le parecía que era una enfermedad grave.
Al día siguiente, mamá fue a hacerse las radiografías y el resultado fue claro: tuberculosis. El médico quería hospitalizarla, pero ella respondió: “Doctor, usted sabe del voto que hice al Señor.” Pero el médico insistió, sabiendo de cuántos cuidados necesita quien se enferma de tuberculosis. “¡El Señor es poderoso y puede sanarme, porque Él es mi Doctor, mi medicina!,” dijo finalmente mi madre, decidida.
Los días pasaban y ella estaba postrada en la cama, estaba débil y no podía levantarse. En esos momentos, sin embargo, en lugar de preocuparse por su estado de salud, oraba al Señor para que hiciera descender el Espíritu Santo en la casa de tía Lucía, donde los hermanos se reunían para orar. Y mientras oraba, vio a un joven vestido de blanco, que le pasó la mano por detrás del hombro y el pecho y le dijo: “Levántate, ¡ve a orar con ellos también!” Desde ese preciso momento se sintió más fuerte, se levantó, se vistió y fue a la casa de mi tía, donde los fieles estaban orando.
Entró en esa casa de puntillas, tratando de no ser notada. Tuvo otra visión: una nube de sangre cubría a los fieles y una especie de esfera luminosa se movía en medio de la nube. Se arrodilló y, sin poder contenerse más, dijo: “¡Hermanos y hermanas, busquen al Señor con todo su corazón porque esta mañana Él bautiza con el Espíritu Santo!”
Y realmente, esa mañana, el Espíritu Santo descendió en medio de ellos como en el día de Pentecostés: ¡muchos fieles comenzaron a hablar en otras lenguas y fueron bautizados con el Espíritu Santo!
En ese período, hubo un gran avivamiento en la iglesia de Massafra. Incluso en Mottola se corrió la voz de las grandes bendiciones que Dios estaba concediendo a los creyentes. Hubo un gran avivamiento en toda la zona; el Señor salvaba, sanaba y bautizaba en el Espíritu Santo. ¡Gloria a Dios por la gran obra que realiza!
Pocos días después, mi madre volvió a ver al médico y le dijo: “Doctor, quiero hacerme nuevamente las radiografías de los pulmones.” El doctor respondió que era demasiado pronto para repetir las radiografías; entonces mi madre decidió contarle todo lo que había sucedido. El médico, maravillado, accedió a hacerle de nuevo la solicitud para las radiografías. Mi madre fue nuevamente a Tarento, llevando consigo las radiografías anteriores, en las que se veían las señales de la tuberculosis. Después de hacer las nuevas radiografías, el médico quiso examinarla y con gran asombro dijo: “Señora, ¿quién le dijo que tenía tuberculosis?” Mi madre respondió: “Usted mismo, doctor, me diagnosticó esta enfermedad,” y le mostró las radiografías viejas. El médico, cuando las vio, quedó aún más asombrado que antes, la miró y dijo: “¡Señora, usted ha recibido un gran milagro!” Ante esta afirmación, mi madre dijo: “Sí, doctor, ha dicho bien, ¡he recibido un gran milagro! ¡Sí, esto realmente sucedió!,” y le contó al médico cómo había sido sanada y cómo el Señor había extendido Su mano sobre su pecho y detrás del hombro; ¡le contó también del pacto que había hecho con Dios y de la fe que había puesto en Él!
Cuando mi madre hablaba de estas cosas, nunca dejaba de anunciar de manera clara y sencilla también el mensaje de la salvación en Cristo. Así es para todos los que creen en Él, no pueden callar. También ese médico de Tarento, entonces, llegó a saber de las grandes maravillas que Dios hace por todos aquellos que confían en el Señor en Espíritu y Verdad.